Titulares

jueves, 23 de septiembre de 2021

Necesidades insatisfechas engendran violencia e involución en la sociedad

Por Emilia Santos Frías


Nuestro refranero popular, rico en costumbrismo y grandes verdades, retrata la situación que atraviesa el pueblo dominicano en cada etapa. Hoy, no es la excepción, en su  azotado tránsito de casi dos años, por la pandemia de la covid-19, que resquebrajó al mundo en todos los aspectos: social y económicamente…, dejando nefastas consecuencias, que no han sido abordadas por políticas públicas y acciones oportunas, sostenibles y sustentables, como forma de frenar el aumento de la pobreza y todas las exclusiones que ella encierra.

“Lo que está a la vista no necesita espejuelos”, basta con pasar resumen a la crujía que está viviendo gran parte de la población dominicana, en torno a las necesidades básicas insatisfechas, no garantizadas, lo que significa, desprotección a derechos fundamentales, y “así no hay toro que llegue a buey”.

“Para buen entendedor, pocas palabras bastan”, por eso a continuación se lista algunas situaciones que están provocando involución y violencia en nuestra población: el desempleo, alto costo de los alimentos, cada vez más caros; el servicio eléctrico, deficiente y costoso tres o cuatro veces más que antes de pandemia; sin duda alguna,  volvimos como hace años, a pagar apagones.

La clase media, como siempre: la salchicha del hot dog, inmóvil e impávida recibe cada vez más carga de impuestos y pagos de servicios, como el telefónico, aumentado en pleno pico de la pandemia. Vive para pagar servicios, y trabajar hasta la enfermedad, para tratar de vivir con decoro. Pero, aún, la situación de la población vulnerable es escalofriante. “Al que no quiere caldo, tres tazas”.

Las enfermedades de alto costo y complejidad, entre ellas las mentales, cada día en aumento, fruto de la misma situación de desprotección; más hambre; carencia en el acceso a medicamentos, por el alto gasto de bolsillo, en una población que está obteniendo muy pocos recursos para subsistir, donde, gran parte de ella está carcomida en el ocio como su recreación, por falta de opción para ser productiva. A sabiendas de que “a buenos ocios, malos negocios”.

Mientras, nos arropa la desesperanza por el desempleo y la responsabilidad individual que tenemos de cubrir necesidades diarias, las que ameritan recursos económicos; que no se poseen, nuestros representantes del Estado: el mayor empleador, en el caso de los funcionarios públicos, están encumbrados; embebidos en la prepotencia, arrogancia y falta de solidaridad; salpicados del resentimiento social, que les impide gestionar y accionar para todos y todas. 

Desde sus oficinas climatizadas, llenas de confort, más sus carruajes de reyes, repudian el olor del ciudadano de a pie, a quien mira como súbdito, no como su igual.

La Constitución dominicana es clara en su artículo 38: “El Estado se fundamenta en el respeto a la dignidad de la persona y se organiza para la protección real y efectiva de los derechos fundamentales que le son inherentes. La dignidad del ser humano es sagrada, innata e inviolable; su respeto y protección constituyen una responsabilidad esencial de los poderes públicos”.

Hoy los niveles palpados de desigualdad e injusticia, son evidentes, no necesitamos el informe estadístico, “para muestra un botón”. No tenemos auxilio, carecemos de acciones fuertes, perdurables y sostenibles que propicien avances económicos y sociales en nuestra población. Incluso en educación y cultura, la única vía para sanar la sociedad, cada vez más quebrantada por los antivalores, violencia e involución social.

La sociedad se contagia de desprotección, una enfermedad social que se acrecienta, y ante ella, estamos dormidos; obviando que “a grandes males, grandes remedios”. Porque, los “aprendices de todo y oficiales de nada”, siguen vendiéndonos falsedades, al tiempo que, la realidad nos pega sin compasión en las mejillas, cual si fuese Muhammad Alí con su jab izquierdo. No cabalgamos, pues ni siquiera hemos ensillado. 

Aguardo con anhelo el resultado real del Plan Nacional de Derechos Humanos 2018-2022, pero sé que no será halagüeño. No es posible a este mal tiempo, hacerle buena cara. En  este estadio de resignación, jamás apelemos a la venganza de los cobardes: el odio, recordemos que  “ante cualquier dolencia, es remedio la paciencia”. !Dios proveerá!

Hasta nuestro próximo encuentro.

santosemili@gmail.com                                                                                                   

La autora reside en Santo Domingo

Es educadora, periodista, abogada y locutora

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